La manera más común de ver y consumir la quinoa es en ensaladas, guarnición, sopas… Parece que siempre tiene que formar parte de un plato salado y de alguna comida o cena. Ya verdad, nada más lejos de la realidad y del día a día. ¡Suerte que hay más maneras de nutrirnos de este superalimento que nos da la tierra!
El otro día herví quinoa por la noche para Carlos y para mí. No me importa que sobre, así que puse casi todo lo que tenía en grano. Si no la dejo en remojo unas horas antes (no necesario aunque lo agradece), la lavo intensamente porque, aunque siempre la compre ecológica, su producción hoy en día es masiva y su proceso de recolección incluye maquinaria, manos y plásticos. Nadie nos asegura que esté limpia al 100%, por lo que nos cuesta más bien poco pasarla por agua, con un colador, unos minutitos y escurrirla.
Además, veremos así cómo el agua que sobra crea una espumita. Esta espuma que saca la quinoa cuando la limpiamos es la saponina, una sustancia propia y natural de cada uno de los granos que la protege. Es como un pesticida que fabrica la propia quinoa para protegerse de los bichos. Esta sustancia, en grandes dosis y de forma intravenosa, sería tóxica para nosotros. Es dudosa su toxicidad cuando la ingerimos, pero como es mejor prevenir que curar, la lavaremos SIEMPRE antes de cocinarla para eliminar las toxinas propias y ajenas que pueda tener. Si no la lavamos, veremos que al hervirla sale una espumita mucho más densa, la propia saponina en su máximo esplendor (si os sale, ¡quitadla con un colador o cuchara!).
Mientras la lavamos, podemos ir calentando la olla o cazuela y añadirla una vez escurrida. La hiervo unos 20-30 minutos a fuego lento, pero como muchas otras cosas vale más la pena estar pendientes para saber cuándo nos interesa sacarlas. Dependiendo de la marca, color y tamaño necesitará más o menos tiempo y más o menos intensidad de fuego.
A lo que iba, el otro día me sobró quinoa y al día siguiente la pereza de hacerme el desayuno hizo que se me encendiera la bombilla. No es la primera vez que desayuno quinoa pero esta vez la mezcla me quedó demasiado bien como para no compartirla.
Es un porridge de quinoa con cacao de algarroba. ¿Puedo estar más enamorada de esta combinación? Mi catador oficial me felicitó especialmente por su sabor.
Allá va.
Ingredientes y proceso:
- Quinoa hervida
- Calentarla, si ha estado en la nevera, con leche vegetal (yo usé una de avena sin gluten, pero una de arroz, coco o almendras harían buen trabajo!). Poner leche hasta cubrirla, no más.
- Poner en la batidora la quinoa calentada con la leche vegetal y añadir medio plátano (que sean nacionales y ecológicos si puede ser, los hay en cada vez más supermercados – no excuses!) y una cucharada sopera de algarroba en polvo (la mía es ecológica y de Mallorca, pero las de la península también tienen que estar riquísimas).
- Con estos tres ingredientes, batimos batimos hasta conseguir la consistencia deseada (como una papilla, me gusta a mí). Podéis añadir más algarroba si lo queréis más oscurito y con más sabor.
- Servir con frutos secos (almendras, nueces), semillas (lino, chía, sésamo…) y frutita que tengáis en la nevera. En la mía no fallan los arándanos y otros frutos rojos (no para consumir diariamente pero si en pequeñas dosis durante la semana).
- ¡Disfrutaaaar del sabor!
Variaciones, que os veo venir:
- Ya, ya sé que la algarroba es algo que comen los cerdos y que quizás no nos gusta mucho a la vista. El sabor a mí me tiene conquistada desde pequeña, ya que mi madre me daba crema de algarrobas ecológicas y sin azúcares en sustitución a la nocilla (gracias mamiiiiiii). Por eso, si no os gusta o es difícil de conseguir, se puede sustituir por cacao 100% puro en polvo. Repito: cacao 100% puro, de ese que es incluso amargo y que no está mezclado ni con leches ni con azúcares ni aditivos ni cosas que no sabemos pronunciar.